- No digas sandeces – Y ella le devolvió la sonrisa.
Pero la verdad es que no era una sandez. Tal vez sí para ella, pero no para él. Sus manos conseguían que evocara varios recuerdos ya olvidados, y esa nariz, esa nariz de niña traviesa le hacía creer que había vuelto a ser niño otra vez.
Él bebía, vibraba y se moría por besarla. Ella sonreía, se sonroja y se moría por besarlo. Mientras tanto le daba pequeños toquecitos al lápiz con el que pocos minutos antes había estado escribiendo todas las cosas que desearía hacer antes de morir: Número 24, conocer el amor verdadero.
- ¿Te importa si me siento?
Él preguntó, ella asintió. Alegre, ilusionada, con esperanza. Sentía que algo había crecido dentro de ella, como si aquel desconocido hubiera sido capaz de despertar algo que llevaba muerto muchos años.
Después de cinco minutos y de un cigarrillo ella obtuvo el suficiente valor para preguntarle cuál era su nombre y de dónde venía. No debía ser nada cerca, por lo menos allí, en su pequeño pueblo, no se había visto nunca un milagro así. Como caído del cielo.
© Creación propia.
A ver que sale de estos dos <3
ResponderEliminarQue bonito, creo que esas son las pequeñas(grandiosas) cosas que nos guardan los días y que si sabes aprovecharlo serás feliz seugra ;) Me encanta
ResponderEliminarAy, ay, ay, ay me encanta este relato :) Si es que a mí las historias de amor me pueden. Me ha gustado mucho cómo lo has descrito todo, los movimientos, las acciones, los sentimientos... ¡Un beso enorme! :)
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