Jueves por la noche.


Rojo como el fuego y a la vez manso como un gato recién nacido, así era él. Unos días podía estar arriba, contento y feliz, cariñoso y amable, y al día siguiente podía sacarte las tripas sin el menor indicio de empatía.
Era jueves por la noche, llovía y hacía frío. Ya comenzaban a verse las chaquetas por las calles y los chocolates llenos de esperanza y de empezar en las cafeterías cuando salí de casa para poder pensar con mayor calidad. Pero ocurrió lo que yo más temía, allí estaba, sentado en el banco de enfrente de mi casa esperando a que le perdonara, una vez más.
- Espero que te gusten – me dijo mientras me ofrecía cuatro rosas y tres margaritas.
Yo no supe qué decir. Otra vez más seguía allí, débil, esperando a que algo me salvara de todo aquello. Pero lo cierto es que adoraba a Kyle tanto como él a mi. Y aunque el dolor formara parte de mi, yo sabía que sin él no podría vivir, no al menos en aquel momento.
Así que cogí las rosas, le di un beso y caminamos hasta la playa donde nos dimos nuestro primer beso.

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