Suyay

Como cada día llegaba del trabajo en el mismo instante que el sol se ponía, y como cada jueves adoptaba un gélido aire de indiferencia hacía la cama y me quedaba en el parque esperando, deseando volver a verla un día más.

Se llamaba Suyay y debía tener unos once años. Siempre llevaba libros con ella, y siempre eran libros de fantasía. Libros llenos de aventuras, todas y cada una de las que hubiera deseado que le ocurrieran, y con las que no podía parar de soñar fuera en este mundo o en el de los sueños. A mi me gustaba observarla, y para ello me ponía detrás del árbol más cercano y me quedaba mirándola todo el tiempo que podía. Y así cada jueves.

Solía llegar sobre las cinco de la tarde. Buscaba un banco vacío y allí abría su libro y leía. Le encanta imaginar que ella era el dragón, le daba igual que fuera el malo. Tenía alas, era libre y eso era lo único que a ella le importaba. Una vez la encontré dibujando en el suelo, llorando. Quise abrazarla, pero era tal el éxtasis que sentía al verla que preferí dejarla vivir su cuento. Segundos después pude observar como una sonrisa se dibujaba en su rostro, y comprendí que eran lágrimas de felicidad.

Cuando observaba a aquella niña era como si todos los problemas huyeran y tan sólo quedara en mi la felicidad de un niño que había dejado de serlo hacía ya mucho tiempo. Veía en su rostro un aire de inocencia y libertad que recorría mi estómago y producía un sentimiento de plenitud y añoranza.

En aquel entonces desconocía porqué me gustaba tanto mirarla, ahora sé cuál es el motivo. Me gustaba sentir que volvía a ser niño otra vez, volvía a creer en el mundo, en las personas. Sentía esa inocencia que tanta tranquilidad me trasmitía. Pero sobre todo sentía que podía volver a volar, y a ser feliz con tan sólo imaginar que era un dragón.

Pd: ¡Feliz navidad a todos!